sábado, 23 de mayo de 2015

La pesadilla de un escritor




Octubre 2017


A lo largo de mi vida he escrito muchas novelas y, en la mayoría, tenía la sensación de que eran los personajes los que se ocupaban de escribir la historia.

La historia que hoy narraré ocurrió en el año 2017 tras haber publicado mi novela “Un ser extraño”.

Es el momento de coger una vela y, con el siniestro contoneo de su llama, dejarte guiar por esta historia aterradora.

Me encontraba junto a mi pareja, María, en casa. Acababa de abrir una botella de champán para celebrar el éxito de mi última novela.

En ella había creado a un ser aterrador cuyo rostro aún ondea por mi mente.

Rostro muy similar al de una calavera, unos ojos completamente huecos, boca enorme con dientes afilados. 

Solía vestir una capa larga y negra. En su cabeza, a medida, un elegante sombrero negro con un pequeño símbolo en rojo.

María posó sus labios en los míos, devolviéndome así a la realidad.

- ¿En qué piensas? [Preguntó María sonriendo].

- En que me parece que he invertido demasiado tiempo en la dichosa novela.

Tras un largo y profundo beso, nos marchamos al dormitorio.

Fuimos quitándonos la ropa entre besos y caricias, procurando disfrutar cada segundo que pasaba.

Nuestros cuerpos, desnudos y sudorosos, danzaron entre las sabanas descontrolados hasta altas horas de la madrugada.

Me desperté sobresaltado, sobre las tres de la madrugada, debido a una pesadilla que tuve con aquel ser.

Era absurdo temer algo que yo mismo había creado y, lo más importante, no existía realmente.

Pasé varias noches sin poder dormir bien. La ansiedad se apoderaba de mí siempre a la misma hora.


Unos días después, decidimos salir a cenar a un restaurante que acababan de abrir. Salir me venía mejor que nunca ya que así mantenía mi mente ocupada y la ansiedad alejada.

Estábamos disfrutando una agradable velada. Comida buena, gran trato. Desde esa noche volvíamos muy a menudo.

- Perdone, usted es Pedro Ibáñez ¿Verdad? El escritor de “Diario del más allá. [Preguntó el dueño del restaurante].

- Si, soy yo. [Contesté sonriendo]. Pero, por favor, tutéame.

- De acuerdo. [Dijo riendo]. Soy un gran admirador tuyo ¿Me haría el favor de hacerte una foto conmigo?  

- Por supuesto, eso ni se pregunta.

- Perfecto. La pondré en la pared del local para que la vea la gente. Muchas gracias.

- Un placer.

Cuando iba a sentarme me quedé petrificado. En una de las mesas del local se encontraba un extraño hombre.

Llevaba una gabardina negra y un sombrero que tapaba su rostro. La sangre se me heló cuando se lo quitó.

No podía creerlo. Era él… mi creación…

- Pedro ¿Te encuentras bien? [Preguntó María asustada].

Desvié la mirada hacia María y, al volver a mirar al ser, este había desaparecido.

Tras marcharnos del local, la cosa no mejoró. Sentía a ese ser acercarse sigilosamente ayudado por la oscuridad de la noche.

- ¿Me puedes explicar de una vez qué está ocurriendo? [Preguntó María parándose en seco.]

- Que está vivo…

Miré al final de la calle y lo vi con su pausado y siniestro andar. No iba a descansar hasta cogerme.

- Pedro, está todo en tu cabeza… Mira bien, ahí no hay nadie…

Forcé la vista hasta que, poco a poco, fue difuminándose la figura hasta desaparecer por completo.

No entendía nada.

- Creo que me estoy volviendo lo…

No podía creerlo. Donde se supone que debería estar María estaba ese ser. Se encontraba mirando al suelo y sin decir ni una sola palabra.

Quería salir corriendo pero mi cuerpo no reaccionaba. .

- No entiendo por qué tienes tanto miedo, te recuerdo que tan solo soy el producto de tu perturbada imaginación.

Se quitó el sombrero y me miró.

Era tal y como lo había descrito en mi novela. Esa cara esquelética, esas cuencas vacías. Era horrible.

Me agarró con sus huesudas manos y pegó su cara a la mía.  Yo cerré los ojos, temiendo lo peor.

Cuando volví a abrirlos, María me estaba besando.

- ¿En qué piensas, Pedro? Te veo ausente.

- Perdona… NO se que me ha pasado.

- Que pasas demasiado tiempo metido en temas paranormales. Te vendría bien un descanso. [Dijo riendo].

- Tientes toda la razón.

A la semana siguiente, volvimos al restaurante.

Antes de sentarnos, decidimos saludar al dueño y contemplar la fotografía que nos habían hecho.

- Aquí tienes una copia, Pedro. Imaginé que la querrías.

- Muchísimas gracias.

Una vez sentados, comencé a observar la fotografía. Un sudor frío recorrió mi espalda mientras mi corazón se aceleraba.

- ¿Qué ocurre?

No contesté, solo le di la fotografía.

Su cara de sorpresa fue enorme al contemplar que, detrás de nosotros, en una de las mesas, estaba ese ser, mirando fijamente.

Volví a coger la foto y me quedé mirándola.

- Siempre estaré ahí, observándote desde la oscuridad más absoluta. Pero no temas, al fin y al cabo, solo soy producto de tu imaginación ¿O no?

No hay comentarios:

Publicar un comentario