martes, 14 de enero de 2014

Bachillerato nocturno




Noviembre 2013

Mi nombre es Pedro Ibáñez Béjar. Toda mi vida me he considerado un fiel seguidor de todo lo referente a la parapsicología y nunca he cesado en mi empeño de seguir investigando.



He decidido ir escribiendo en este diario todos y cada uno de mis encuentro con el mundo paranormal. Para unos, serán tan solo las historias de un  chalado, pero para otros serán una forma de abrir su mente a lo desconocido.



He escogido  un hecho que sucedió durante mi curso de bachillerato nocturno en el IES Floridablanca de Murcia.

 Es el momento de coger una vela y, con el siniestro contoneo de su llama, dejarte guiar por esta historia aterradora.



Todo ocurrió un martes de noviembre de 2013 durante la última clase. Eran las diez y diez de la noche y nos encontrábamos dando filosofía en el aula 204.



A medida que el profesor hablaba, mis parpados se iban cerrando más y más.



- El determinismo social es una prolongación de…



Esa fue la ultima frase que recuerdo antes de quedarme dormido.



Cuando abrí los ojos, vi que todos mis compañeros estaban recogiendo sus cosas y se iban marchando, por lo que rápidamente metí mis cosas en la mochila y me la colgué.



Cuando me giré hacia la puerta observé que ya se habían marchado todos, incluido el profesor.



Salí rápidamente de la clase y tan solo me topé con oscuridad y puro silencio.



Descendí las escaleras desde el segundo piso hasta la planta baja, la cual, para mi sorpresa, se encontraba igual.



Continué el oscuro pasillo hasta la puerta principal, pasando antes por delante de conserjería, pero también estaba inhabitada.



Intenté salir del centro, pero por desgracia las puertas se encontraban completamente cerradas.



En ese momento escuché un ruido que parecía provenir del pasillo por el que había venido y, pensando que se trataba del conserje del centro, decidí ir a decirle que me abriera la puerta.



Observé una silueta que subía las escaleras por las que acababa de bajar yo y decidí seguirla.



- Perdone, pero me he quedado aquí dentro. ¿Podría abrirme la puerta? [Dije mientras ascendía las escaleras tras la sombra].

No obtuve respuesta alguna y veía como la sombra sabía, cada vez más rápido, las escaleras.



Llegué hasta el tercer y ultimo piso mirando de un lado a otro buscándola.



Pude divisar que una de las clases se encontraba abierta, por lo tanto, sin pensármelo dos veces, decidí entrar.



Una vez dentro, me encontré con la sombra. Se encontraba sentada en primera fila mirando al frente fijamente.



- Hola ¿Puedes ayudarme? [Pregunté mientras avanzaba hacia ella].



No parecía inmutarse ante mi presencia y por mucho que le hablaba no obtenía respuesta alguna.



Me puse a su lado y, pese a estar pegado, no la veía con claridad. No sabía si era un hombre o una mujer. Estábamos en la más absoluta oscuridad.



Intenté posar mi mano en su hombro pero, para mi sorpresa, no llegaba a tocarla. Mi mano pasaba a través de ella.



Noté un frió intenso que recorría mi brazo y se extendía por todo mi cuerpo. Parecía provenir de la sombra.



- ¿Qué demonios…? Esto no puede ser verdad. [Dije apartándome].



Cuando me disponía a salir de la clase, escuché tras de mi una voz extremadamente clara.



- Jamás saldrás de aquí. ¿Crees que aguantarás hasta mañana? A ver si eres capaz. [Dijo la extraña voz].



Corrí hacia afuera y decidí volver a bajar, pero, para mi sorpresa, no pude bajar, debido a que había una valla de alambre de espino bloqueando las escaleras.



En ella había una placa, con un pequeño hueco en forma de herradura cuyos extremos terminaban en pico.



- Debo de estar soñando [Dije en voz alta para tranquilizarme]. Esto no es real.



- Pedro, ¿Eres tú? [Preguntó una voz femenina].



Me giré para ver quien podía ser y descubrí que era mi nueva profesora de Lengua, María.



- ¿María? ¿Qué estás haciendo aquí? [Pregunté intrigado].



- Ni idea [Dijo tras respirar hondo]. Lo ultimo que recuerdo es que estaba corrigiendo unos exámenes y, en ese momento, se apagó la luz. ¿Y tú? 



- Lo último que yo recuerdo es que me quedé dormido en clase de filosofía y que al despertarme  todos se estaban marchando. Cuando salí de la clase estaba todo a oscuras.



- Pues ahora tenemos que centrarnos en saber cómo salir de aquí ¿Se te ocurre algo, Pedro?



- Lo cierto es que no. Lo único que veo es que en esta placa parece que se puede encajar una herradura. Tal vez pueda haber alguna por una de las clases.



- De acuerdo. Yo miraré por el otro lado del pasillo. Si encuentras algo, avísame.



Tras decirme eso siguió caminando y se perdió entre la oscuridad del largo y angustioso pasillo.



La verdad es que agradecía haber encontrado a alguien ya que rebuscar yo solo en treinta y tres  clases no iba a ser tarea fácil.



Cuando me disponía a comenzar la búsqueda de la herradura, comencé a escuchar unos extraños pasos detrás de mí y me giré.



- María ¿Eres tú? [Pregunté temblando].



No obtuve respuesta y el sonido cesó de inmediato, por lo que decidí seguir con mi búsqueda, pero al volver a girarme, me llevé la sorpresa.



Ahí estaba, parada, frente a mí, mirándome fijamente con sus oscuros ojos negros carentes de alma. Era una chica extremadamente delgada, de pelo negro y largo hasta la cadera. De sus ojos negros brotaba un fino hilo de sangre.



Quería moverme, pero mi cuerpo no parecía reaccionar, mientras veía como ella se iba acercando más y más.



Se acercó hasta tal punto que apoyó su frente a la mía y sonrió de tal manera que llegó a helarme la sangre.



- Tu única salida será el suicidio [Dijo con esa sonrisa macabra]. Me ocuparé personalmente de ello.



Cerré los ojos y cuando volví a abrirlos ya no estaba. Había desaparecido, pero no sabía por cuánto tiempo.

  

Tras un largo registro por las distintas clases, coincidí de nuevo con María en la última puerta.



- Clase 330. Es la última que queda por registrar. Entremos juntos. [Dijo María girando el picaporte.



Al abrir la puerta nos quedamos petrificados. En medio de la clase había nueve sogas de las cuales estaban siete ocupadas, que lentamente se balanceaban por el viento.

 La escena era dantesca, pero lo fue más aún cuando vimos que las dos sogas libres llevaban una foto nuestra pegada.



Pese a la tétrica escena y el hedor, decidí seguir buscando y salir lo antes posible de allí y olvidarme de todo.



Encontré la herradura  clavada en la pared y fuimos directos a despegarla como fuera.



Cuando conseguimos separarla de la pared escuchamos un ruido y, al girarnos, descubrimos que los cuerpos ahorcados estaban cayendo al suelo.



Pasamos entre ello esquivándolos y al llegar a la puerta, me giré y comprobé, horrorizado, que todos estaban de pie, mirándonos fijamente.



- María ¡Corre! [Dije sosteniendo la puerta para que no pudieran salir].



María corrió rápidamente hacia la valla con la herradura  y mientras, yo aguantaba la puerta para que no saliesen.



Cada vez la fuerza era mayor y me costaba más mantenerla cerrada hasta que por fin escuche la voz de María a lo lejos.



- Ya he abierto Pedro ¡Ven rápido!



Solté la puerta y corrí lo más rápido que pude mientras escuchaba como corrían todo tras de mi.



Crucé la puerta rápidamente y Maria cerró girando la herradura  hasta poner los extremos hacia arriba y retirándola.



Todo se quedaron tras la valla mirándonos fijamente como un cazador vigila a su presa.



Descendimos hasta el segundo piso y al intentar seguir bajando, vimos que había otra valla bloqueando la escalera. Esta vez la placa no era una herradura.



- Según parece, esta vez tenemos que encontrar una pequeña lanza. [Dije tocando la placa].



- Esto me supera Pedro. No parece que tenga fin. [Dijo posando las manos en su rostro].



- Hemos conseguido bajar una planta, no debemos detenernos ahora. [Dije posando mi mano en su hombro].



- Está bien. [Dijo cerrado los ojos].  Busquemos la dichosa lanza y vayámonos de aquí cuanto antes.



Tras dar el primer paso, empezamos a escuchar un extraño ruido que provenía del final del pasillo.



De pronto, entre la oscuridad, apareció un maniquí, que nos miraba fijamente. Se movía bruscamente y de manera escalofriante.



Comenzó a caminar hacia nosotros mostrando un cuchillo en su mano derecha.



He de admitir que nunca me habían gustado los maniquies tan realistas y la idea de  que cobraran vida era una de mis peores pesadillas.



- No saldréis de aquí con vida [Dijo aquel maniquí de aspecto macabro levantando más el cuchillo].



Salimos corriendo en busca de una clase abierta para refugiarnos y buscar algo que nos sirviera para defendernos.



Todas las puertas que intentaba abrir estaban cerradas y mientras, nos seguía sin descanso.



Llegamos hasta la clase 213. Estaba abierta.



Entramos corriendo y cerré la puerta de golpe viendo como el maniquí llegaba a gran velocidad.



Oí el impacto de éste  contra la puerta y me mantuve pegado para que no pudiera entrar.



El corazón lo tenía acelerado y un sudor frío recorría mi espalda mientras escuchaba como deslizaba el cuchillo por la puerta.



Veía a María rebuscar por toda la clase, nerviosa, la lanza que necesitábamos.



- ¡Aquí está! [Dijo María levantándola en alto]. ¿Cómo salimos de aquí sin que nos vea?



- Me temo que eso es imposible. Vamos a tener que plantarle cara… [Dije extendiendo la mano para que me diera la lanza].



Respiré hondo y abrí la puerta esperando encontrarme con el maniquí, pero no fue así. Tan solo me encontré con la oscuridad y el silencio.



- Todo despejado, María. [Dije avanzando].



En ese momento, volvió a aparecer de la nada y me atacó, provocándome un corte en el brazo derecho.



Caí al suelo y se colocó sobre mí. Levantó el cuchillo y solo me pude limitar a cerrar los ojos y asimilar mi final.



Escuché un gran aullido de dolor distorsionado y al abrir los ojos, vi que María lo había atravesado con la lanza a la altura del pecho.



- ¿Estás bien Pedro? [Preguntó Maria mientras me ayudaba a levantarme del suelo].

- No es nada María. No te preocupes [Dije cogiendo de nuevo la lanza].



Llegamos a la valla y coloqué la lanza en la placa y la giré hasta poner la punta hacia arriba.



Hice la misma operación por dentro, pero al revés para cerrar la puerta y una vez que lo hice vi al maniquí arrastrándose hacia nosotros y, al igual que los ahorcados del tercer piso, se quedó mirando, inmóvil.



Descendimos al primer piso con la esperanza de que estuviera abierto y no tuviéramos que buscar nada más, pero no era así.



Una valla nos impedía descender a la planta baja y esta vez en la placa había un hueco en forma de aro.



Un olor nauseabundo nos llegó de repente. Olía a carne podrida y pronto supimos de que se trataba.



Comenzamos a caminar por el pasillo y vimos unas pisadas oscuras que se adentraban hasta el final del pasillo.



Mientas las seguíamos, el hedor se hacía más insoportable, hasta el punto de sentir arcadas.



Las huellas llegaban hasta la clase 123.



Aún a día de hoy me arrepiento de haber entrado ahí y haber presenciado semejante escena.



En el centro de la clase, había una estrella de cinco puntas, sobre la cual había un chico joven degollado.



En un rincón, encontramos a dos hombres encadenados, que se estaban comiendo el uno al otro.



Esta es una escena que, por mucho que lo intento, no consigo quitarme de la cabeza.



- creo que voy a vomitar… [Dijo María saliendo de la clase].



Y en el otro extremo de la clase, pudimos ver por fin el origen de ese olor desagradable. Se trataba de un cuerpo en descomposición,que se encontraba crucificado y rodeado por alambre de espino. Sobre la cabeza, llevaba una corona de espino hecha con un aro rodeado por alambre.



- Ahí está nuestro aro. [Dije señalándolo].



- Quiero salir de aquí ya. No aguanto más.



Saqué la lanza y la utilicé para coger el aro de la cabeza del cadáver por encima del alambre.

Cuando lo conseguí, me percaté de que se hizo un silencio total en la clase y eso nunca indicaba nada bueno.



Me giré y vi que los dos caníbales y el chico degollado, esta vez  de pie, nos estaban mirando fijamente.



- María… ¡CORRE!



Corrimos velozmente por el pasillo y podíamos escuchar los pasos veloces de los que nos perseguían.



Una puerta se abrió de repente frente a nosotros y sin pensarlo dos veces nos metimos en ella cerrándola rápidamente.



Cuando miré a la puerta, vi que un chico hacía fuerza para mantenerla cerrada.



- ¿José? ¿Eres tú?



- Hola Pedro. ¿Estás bien? Ya pensaba que no vería a nadie. Me encontré con unos seres extraños ahí fuera y me he refugiado aquí.



- Esto es horrible José. Tenemos que salir de aquí ya. [Dije levantándome del suelo].



- Se están marchando. [Dijo José, apoyando el oído en la puerta].



- Entonces es el momento de salir corriendo hacia la salida. [Dije quitando el alambre al aro]. Toma esta lanza José, por si tuvieras que defenderte.



Tras respirar hondo los tres, José abrió la puerta y, velozmente, fuimos hasta la valla.



Comenzamos a escuchar de nuevo los pasos veloces hacia nosotros y abrimos todo lo rápido que pudimos.  



Cerramos la puerta y, sin mirar atrás, descendimos hacia la planta baja.



El frió era insoportable y todo estaba cubierto por una fina niebla. Todo parecía tranquilo, pero después de todo lo sucedido, no nos fiábamos.



Como era de esperar, la tranquilidad se evaporó en el instante en que una niña hizo aparición ante nuestros ojos, portando un martillo y un cincel.



Se movía a tal velocidad que era difícil percibirla a simple vista, hasta que, de pronto, apareció a los pies de José, posó rápidamente el cincel en su pie derecho y le asestó un veloz y fuerte martillazo.



El cincel desapareció pero el pie de José comenzó a sangrar de manera preocupante.



- Pedro, no os preocupéis por mí. Yo la entretendré. [Dijo andando a su ritmo en dirección contraria a la entrada].

Caminamos por el pasillo hasta el hall, y nos encontramos con la puerta principal vallada. En ella había una placa cuyo hueco llamó mi atención. Era un tridente con un círculo.



María Colocó la herradura y vimos que encajaba a la perfección.



- Hay que colocar las tres piezas. Antes de poner el aro tenemos que poner la lanza…



En ese momento oímos el ruido de un metal chocando contra el suelo. Se trataba de la lanza.



Al final del pasillo estaba José, pero se le veía más serio de lo normal y muy pálido. Levantó la mano en gesto de despedida y desapareció en un abrir y cerrar de ojos.



Cogí rápidamente la lanza y la encajé. Seguidamente, pusimos el aro sobre el tridente y giramos la placa hasta poner los pinchos hacia arriba.



La puerta se abrió y una luz nos cegó al instante.



Escuché sonar las campanas hasta nueve veces y desperté.



Me encontraba en la clase de filosofía y todos mis compañeros estaban recogiendo. Esta vez lo hacían a una velocidad más normal.



Me miré el brazo y vi que no tenía ni un rasguño. Obviamente debió de tratarse de un sueño.



Al bajar, en la puerta principal me encontré con Maria, que parecía estar igual de sorprendida que yo.



Nos estuvimos mirando un rato y no sabía qué decir. ¿Recordaba ella lo mismo que yo?



Cuando decidí marcharme, María dijo algo que nunca olvidaré.



- Algo me dice que esta no va a ser nuestra última aventura ¿Verdad? [Dijo pasando por mi lado y marchándose].



En ese momento comprendí que todo había ocurrido de verdad. ¿Por qué a nosotros? ¿Con qué finalidad? Eran preguntas de las que nunca obtendría respuesta alguna.






 

No hay comentarios:

Publicar un comentario