miércoles, 18 de diciembre de 2013

La muñeca




Agosto 2013

¿Quién no ha tenido alguna vez miedo a algo? Payasos, arañas, perros… Ese miedo irracional, que nos acongoja hasta notar como el sudor recorre nuestra espalda, a cosas vivas.

También existe, como es mi caso, el miedo a algo inerte, inmóvil, completamente inofensivo y sin alma, o eso creo.

Hablo de las muñecas de porcelana. Esas “Adorables” niñas, de piel dura y ojos cristalinos. Siempre mirando fijamente a un punto, mientras tú las observas y esperas que, de un momento a otro, ella te mire.

Hoy he decidido dejar aquí, por escrito, el motivo por el cual temo y detesto a estas muñecas.

Es el momento de coger una vela y, con el siniestro contoneo de su llama, dejarte guiar por esta historia aterradora.

Todo ocurrió durante el verano de 2013. 

Yo había vuelto de mi casa en la playa, decepcionado por lo ocurrido con mi amiga Maria José. Esto es algo que contaré algún día.
 
Había quedado con Marta M. , una querida compañera del instituto, para pasar el fin de semana en su casa.

Se trataba de una chica de mediana estatura, con un cuerpo bastante normal que, no obstante, era  curiosamente apetecible. Lo que más me atraía de ella era su simpatía y  esa alegría con la que contagiaba a todo el que la rodeaba.

Habíamos cogido mucha confianza al finalizar el curso, por lo que comenzamos a quedar algunos días para no perder el contacto.

Llegué a su casa y observé que ella me estaba esperando en el porche, sentada en uno de los escalones.

- Hola, “Presi”. Cuanto tiempo. [Dijo dándome un fuerte abrazo].

Así era como siempre me llamaban mis compañeros de clase.

- Hola Marta [Dije devolviéndole el abrazo]. Lo cierto es que he estado un poco ocupado estos días, pero ya estoy aquí.

Metí mi maleta y, tras sentarnos en el salón, comenzamos hablar como si no nos hubiéramos visto en años, hasta tal punto que se nos hizo de noche.

- Pedro. ¿Te apetece que veamos una película?

- Por supuesto. ¿Cuáles tienes?

- Mira, aquí están todas. [Dijo abriendo el armario]. Creo que lo bueno sería ver una de terror ¿No?

- Eso ni se pregunta. [Dije riendo].

- Como puedes ver, tengo varias películas de terror. Ve eligiendo una mientras yo voy al baño. [Dijo marchándose].

Entre todas las películas, escogí una, la introduje en el DVD y me senté en el sofá, esperando a que Marta saliera del baño.

Una vez acomodado en el sofá, me percaté de que en una de las lejas situadas sobre la televisión, había una muñeca de porcelana.

He de admitir que me ponía muy nervioso, pero estuve mirándola fijamente hasta que escuché a Marta salir.

Apagó las luces y se acurrucó a mi lado.

No se si era por la película o producto de mi miedo a irracional a las muñecas, pero tenía la inquietante sensación de que se estaba moviendo.

- Pedro. ¿Qué es lo que te ocurre? [Preguntó Marta tras terminar la película].

- Es que esa muñeca de porcelana me pone nervioso. Lo siento, pero no las soporto.

- Pedro… ¿Qué muñeca de porcelana? Yo no tengo ninguna. [Dijo incorporándose del sofá].

Encendió la luz y, al mirar hacia la estantería, comprobé horrorizado, que ya no estaba.

- Marta, te juro que ahí había colocada una muñeca de porcelana.

- Pedro, déjate de bromas, por favor. Entre la película y tú, no voy a poder dormir.

- Tal vez sean imaginaciones mías. Disculpa.  

- No importa. [Dijo acurrucándose a mi lado]. Se me ocurre algo que nos hará olvidar la película.

Nos estuvimos mirando durante unos instantes y, poco a poco, nos fuimos acercando hasta que nuestros labios se encontraron.

Miré de reojo hacia la mesa que había a nuestro lado y ahí estaba de nuevo. Inmóvil, inerte, con su mirada clavada en mi.

Me sobresalté y automáticamente Marta miró también hacia la mesa.

- ¿Qué es lo que te preocupa tanto? Pedro, creo que la película te ha afectado demasiado.

- Tal vez tengas razón, Marta. [Dije tumbándola en el sofá]. Solo son imaginaciones mías.

Comencé a besarla por el cuello, mientras mis manos correteaban por su cuerpo.

Le quité la camiseta y, lentamente, descendí con mis labios por su pecho.

En ese momento, se escucharon unos pequeños pasos correteando por el pasillo, acompañados por una risa de niña.

Marta me separó de ella con cara de preocupación.

- ¿Qué ha sido eso? [Dijo incorporándose y agarrando su camiseta].

- ¿Tú también lo has oído? [Le pregunté, mirándola intrigado]. El sonido parece provenir del pasillo.

Como si de una película de terror se tratase, comenzamos a caminar hacia el lugar de donde parecía venir el la risa de niña.  

Fuimos de habitación en habitación pero no se escuchaba nada, hasta que llegamos a su habitación.

Volvimos al salón e intentamos convencernos de que todo había sido producto de nuestra imaginación o de que tendría alguna explicación razonable.

- Pedro. ¿Tú has apagado la televisión?

- Esto me empieza a preocupar. [Dije mirando a mí alrededor]. Tampoco recuerdo que ese jarrón estuviera allí.
Se volvieron a escuchar pasos, pero esta vez se desplazaban hasta la cocina.

Rápidamente entramos y encendimos la luz esperando lo peor, pero no había nada.

- Pedro… Mira eso. [Dijo Marta, señalando hacia el frigorífico].

Los imanes de la nevera estaban colocados de tal manera que formaban una frase, la cual no nos tranquilizo nada: “Os estoy observando”

Ambos nos miramos preocupados y, por sorpresa, la puerta se cerró, quedándonos atrapados en la cocina.

Podíamos escuchar unos pequeños golpes en la puerta, acompañados de esa risa de niña.

Nos quedamos parados, hasta que cesó y poco a poco nos fuimos acercando a la puerta.

La abrí lentamente y me asomé, pero, para mi sorpresa, no había nada. Todo estaba tranquilo.

Decidimos andar, lentamente y pendientes de nuestro alrededor, hacia la puerta principal.

A medida que avanzábamos los pasos y las risas aumentan a nuestra espalda.

Notábamos que esa cosa nos perseguía, por lo que aceleramos el paso.

Nos metimos en la primera habitación que vimos y cerramos la puerta.

Notamos que los pasos se detuvieron y, otra vez, pequeños golpes en la puerta retumbaban.

Teníamos la sensación de que, fuera lo que fuera, estaba jugando con nosotros.

- Marta, cuando cuente tres, saldremos rápidamente hacia la puerta. ¿De acuerdo?

- De acuerdo… [Respondió temblando].

- Uno… Dos… [Dije girando el picaporte]. ¡TRES!

Al abrir, corrimos por el largo pasillo.

Marta abrió la puerta de su casa a toda velocidad y salimos lo más rápido que pudimos, sin volver la vista atrás.

Una vez en la calle, miramos hacia la casa y ahí estaba, apoyada en la ventana.

Se trataba de esa dichosa muñeca. Tenía el cabello rubio, que hondeaba al viento y los ojo, completamente  blancos.

Llevaba un camisón blanco con rayas rojas, el cual, se encontraba impregnado de sangre.


Por extraño que parezca, se encontraba levitando y con la mano pegada en la ventana.

La luz se apagó de repente y, tras volver de nuevo, comprobamos que había desaparecido.

Nunca quisimos volver a halar de este tema. N lo mencionábamos entre nosotros y mucho menos con otras personas.

Esta es la primera vez que sale a la luz, después de tantos años, jamás pensé que me atrevería.

Con este relato, quiero avisar a todos aquellos que tienen una muñeca de porcelana en casa.

¿Estáis seguros de que solo es una muñeca? ¿Tiene la absoluta certeza de que no le está observando?

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