Agosto 2013
¿Quién no ha tenido alguna vez miedo a algo? Payasos, arañas, perros…
Ese miedo irracional, que nos acongoja hasta notar como el sudor recorre
nuestra espalda, a cosas vivas.
También existe, como es mi caso, el miedo a algo inerte, inmóvil,
completamente inofensivo y sin alma, o eso creo.
Hablo de las muñecas de porcelana. Esas “Adorables” niñas, de piel dura
y ojos cristalinos. Siempre mirando fijamente a un punto, mientras tú las
observas y esperas que, de un momento a otro, ella te mire.
Hoy he decidido dejar aquí, por escrito, el motivo por el cual temo y
detesto a estas muñecas.
Es el momento de coger una vela y, con el siniestro contoneo
de su llama, dejarte guiar por esta historia aterradora.
Todo ocurrió durante el verano de
2013.
Yo había vuelto de mi casa en la playa, decepcionado por lo ocurrido con mi amiga Maria José. Esto es algo que contaré algún día.
Había quedado con Marta M. , una querida compañera del instituto, para pasar el fin de semana en su casa.
Yo había vuelto de mi casa en la playa, decepcionado por lo ocurrido con mi amiga Maria José. Esto es algo que contaré algún día.
Había quedado con Marta M. , una querida compañera del instituto, para pasar el fin de semana en su casa.
Se trataba de una chica
de mediana estatura, con un cuerpo bastante normal que, no obstante, era curiosamente apetecible. Lo que más me atraía
de ella era su simpatía y esa alegría
con la que contagiaba a todo el que la rodeaba.
Habíamos cogido mucha
confianza al finalizar el curso, por lo que comenzamos a quedar algunos días
para no perder el contacto.
Llegué a su casa y
observé que ella me estaba esperando en el porche, sentada en uno de los
escalones.
- Hola, “Presi”. Cuanto
tiempo. [Dijo dándome un fuerte abrazo].
Así era como siempre me
llamaban mis compañeros de clase.
- Hola Marta [Dije
devolviéndole el abrazo]. Lo cierto es que he estado un poco ocupado estos
días, pero ya estoy aquí.
Metí mi maleta y, tras
sentarnos en el salón, comenzamos hablar como si no nos hubiéramos visto en
años, hasta tal punto que se nos hizo de noche.
- Pedro. ¿Te apetece que
veamos una película?
- Por supuesto. ¿Cuáles
tienes?
- Mira, aquí están todas.
[Dijo abriendo el armario]. Creo que lo bueno sería ver una de terror ¿No?
- Eso ni se pregunta.
[Dije riendo].
- Como puedes ver, tengo
varias películas de terror. Ve eligiendo una mientras yo voy al baño. [Dijo
marchándose].
Entre todas las
películas, escogí una, la introduje en el DVD y me senté en el sofá, esperando
a que Marta saliera del baño.
Una vez acomodado en el
sofá, me percaté de que en una de las lejas situadas sobre la televisión, había
una muñeca de porcelana.
He de admitir que me
ponía muy nervioso, pero estuve mirándola fijamente hasta que escuché a Marta
salir.
Apagó las luces y se
acurrucó a mi lado.
No se si era por la
película o producto de mi miedo a irracional a las muñecas, pero tenía la
inquietante sensación de que se estaba moviendo.
- Pedro. ¿Qué es lo que
te ocurre? [Preguntó Marta tras terminar la película].
- Es que esa muñeca de
porcelana me pone nervioso. Lo siento, pero no las soporto.
- Pedro… ¿Qué muñeca de porcelana?
Yo no tengo ninguna. [Dijo incorporándose del sofá].
Encendió la luz y, al
mirar hacia la estantería, comprobé horrorizado, que ya no estaba.
- Marta, te juro que ahí
había colocada una muñeca de porcelana.
- Pedro, déjate de
bromas, por favor. Entre la película y tú, no voy a poder dormir.
- Tal vez sean
imaginaciones mías. Disculpa.
- No importa. [Dijo
acurrucándose a mi lado]. Se me ocurre algo que nos hará olvidar la película.
Nos estuvimos mirando
durante unos instantes y, poco a poco, nos fuimos acercando hasta que nuestros
labios se encontraron.
Miré de reojo hacia la
mesa que había a nuestro lado y ahí estaba de nuevo. Inmóvil, inerte, con su
mirada clavada en mi.
Me sobresalté y
automáticamente Marta miró también hacia la mesa.
- ¿Qué es lo que te
preocupa tanto? Pedro, creo que la película te ha afectado demasiado.
- Tal vez tengas razón,
Marta. [Dije tumbándola en el sofá]. Solo son imaginaciones mías.
Comencé a besarla por el
cuello, mientras mis manos correteaban por su cuerpo.
Le quité la camiseta y,
lentamente, descendí con mis labios por su pecho.
En ese momento, se
escucharon unos pequeños pasos correteando por el pasillo, acompañados por una
risa de niña.
Marta me separó de ella
con cara de preocupación.
- ¿Qué ha sido eso? [Dijo
incorporándose y agarrando su camiseta].
- ¿Tú también lo has
oído? [Le pregunté, mirándola intrigado]. El sonido parece provenir del
pasillo.
Como si de una película
de terror se tratase, comenzamos a caminar hacia el lugar de donde parecía
venir el la risa de niña.
Fuimos de habitación en
habitación pero no se escuchaba nada, hasta que llegamos a su habitación.
Volvimos al salón e
intentamos convencernos de que todo había sido producto de nuestra imaginación
o de que tendría alguna explicación razonable.
- Pedro. ¿Tú has apagado
la televisión?
- Esto me empieza a
preocupar. [Dije mirando a mí alrededor]. Tampoco recuerdo que ese jarrón
estuviera allí.
Se volvieron a escuchar
pasos, pero esta vez se desplazaban hasta la cocina.
Rápidamente entramos y
encendimos la luz esperando lo peor, pero no había nada.
- Pedro… Mira eso. [Dijo
Marta, señalando hacia el frigorífico].
Los imanes de la nevera
estaban colocados de tal manera que formaban una frase, la cual no nos
tranquilizo nada: “Os estoy observando”
Ambos nos miramos
preocupados y, por sorpresa, la puerta se cerró, quedándonos atrapados en la
cocina.
Podíamos escuchar unos
pequeños golpes en la puerta, acompañados de esa risa de niña.
Nos quedamos parados,
hasta que cesó y poco a poco nos fuimos acercando a la puerta.
La abrí lentamente y me
asomé, pero, para mi sorpresa, no había nada. Todo estaba tranquilo.
Decidimos andar,
lentamente y pendientes de nuestro alrededor, hacia la puerta principal.
A medida que avanzábamos
los pasos y las risas aumentan a nuestra espalda.
Notábamos que esa cosa
nos perseguía, por lo que aceleramos el paso.
Nos metimos en la primera
habitación que vimos y cerramos la puerta.
Notamos que los pasos se
detuvieron y, otra vez, pequeños golpes en la puerta retumbaban.
Teníamos la sensación de
que, fuera lo que fuera, estaba jugando con nosotros.
- Marta, cuando cuente
tres, saldremos rápidamente hacia la puerta. ¿De acuerdo?
- De acuerdo… [Respondió
temblando].
- Uno… Dos… [Dije girando
el picaporte]. ¡TRES!
Al abrir, corrimos por el
largo pasillo.
Marta abrió la puerta de
su casa a toda velocidad y salimos lo más rápido que pudimos, sin volver la
vista atrás.
Una vez en la calle,
miramos hacia la casa y ahí estaba, apoyada en la ventana.
Se trataba de esa dichosa
muñeca. Tenía el cabello rubio, que hondeaba al viento y los ojo,
completamente blancos.
Llevaba un camisón blanco
con rayas rojas, el cual, se encontraba impregnado de sangre.
Por extraño que parezca,
se encontraba levitando y con la mano pegada en la ventana.
La luz se apagó de
repente y, tras volver de nuevo, comprobamos que había desaparecido.
Nunca quisimos volver a
halar de este tema. N lo mencionábamos entre nosotros y mucho menos con otras
personas.
Esta es la primera vez
que sale a la luz, después de tantos años, jamás pensé que me atrevería.
Con este relato, quiero
avisar a todos aquellos que tienen una muñeca de porcelana en casa.
¿Estáis seguros de que
solo es una muñeca? ¿Tiene la absoluta certeza de que no le está observando?
No hay comentarios:
Publicar un comentario