Noviembre 2017
Quién no ha
estado en casa y ha tenido la extraña sensación de que te observan desde lo más
profundo?
Sabes que
estás solo, pero aún así, sientes que te acechan, pacientemente, cual
depredador a su presa.
De pronto, un
sudor frío te recorre el cuerpo; el miedo se apodera de ti y lo irracional
comienza a formar parte de tu vida.
Es el momento de coger una vela y, con el siniestro contoneo de su llama, dejarte guiar por esta historia aterradora.
Recuerdo que
todo empezó un lunes a las doce de la noche. María y yo nos encontrábamos en el
sofá, acurrucados intentando entrar en calor, viendo una película.
En ese momento,
se escuchó que llamaban a la puerta. Me levanté extrañado, dada la hora que
era, y me asomé por la mirilla.
La luz de la
entrada se encontraba encendida; no se veía a nadie. Sin pensármelo dos veces,
volví al sofá.
A mitad de
camino, se oyó, esta vez de manera más violenta, como llamaban de nuevo,
haciendo que cada golpe retumbara en mi interior.
Sin asomarme
de nuevo para percatarme de quién podía ser, abrí rápidamente.
Me topé con la
oscuridad y el silencio de la noche, acompañado de un aire gélido. Encendí la
luz, pero allí no había nadie.
En ese momento,
con las llamadas y la espesa oscuridad, me vino a la cabeza el poema “El
cuervo”, escrito por Edgar
Allan Poe.
Los fantasmas de mi mente
comenzaron a atormentarme.
Cerré la
puerta y volví al interior para seguir viendo la película junto a María. Ambos
hicimos como que no había pasado nada.
A la mañana
siguiente, me desperté, como siempre, a las seis y media de la mañana. Hora a
la que María se tenía que levantar para ir a impartir sus clases.
- Luego nos
vemos, amor [Dijo posando sus labios en los míos]. Sé bueno.
- Tranquila,
no me moveré de aquí. [Contesté sonriendo]. Hoy tengo un montón de ideas para
mi nueva novela, así que me podré a escribir.
Cogí todos mis
papeles en los que había tomado los apuntes y me fui directo a mi cuarto a
enchufar el ordenador.
Abrí el
documento que contenía lo que llevaba escrito de la novela y, poco a poco, fui
escribiendo.
Al cabo de
unos minutos, comencé a notar un intenso frió en el cuarto. Enchufé la
calefacción, pero fue inútil.
Más tarde, ya
no era solo el frío lo que me incomodaba, si no la extraña sensación de estar
siendo observado por alguien.
Notaba sus ojos
clavados fijamente en mi nuca. Lo achaqué a mi imaginación, hasta que María
llegó a casa.
- Pedro, ya
estoy en casa. Hace mucho frío aquí ¿No? [Preguntó casi tiritando].
- Lo sé, cariño,
pero incluso con la calefacción puesta, no aumenta la temperatura. [Contesté]
Debe de estar rota.
- Pues el aire
sale caliente ¿No te habrás dejado alguna ventana abierta?
- No tengo otra
cosa mejor que hacer que abrir la ventana con el frío que hace fuera.
[Contesté]. Por cierto, he hecho sopa
para comer, así entraremos en calor.
- Genial, vamos
a comer, porque vengo con un hambre…
En mitad de la
comida, vi que María no dejaba de mirar, de vez en cuando, a la puerta
principal.
- ¿Te ocurre
algo, Maria? [Pregunté intrigado].
- No… solo es
que… Tengo la sensación constante de que alguien me está mirando. [Respondió
nerviosa].
- Entonces no soy el único. Yo llevo así toda la mañana.
- ¿Crees que tendrá que ver con el suceso de anoche?
- Es posible. Ya me lo espero todo.
Fue un día de lo más extraño e incomodo, pero, lo que no sabíamos
era que todo esto no había hecho más que empezar.
A la mañana siguiente, antes de que sonara el reloj, me
desperté con el sonido de lo que parecía el arrastre de una silla.
Quise incorporarme y mirar, pero supuse que lo había soñado
y el frío me impedía salir de la cama.
Me desperté de pronto, sobresaltado, por los gritos de
María.
- ¡No puede ser! ¡Me he dormido y voy a llegar tarde! [Dijo
levantándose rápidamente]. ¿Y el reloj? No está en la mesilla.
- Lo mismo se te olvidó ponerlo
- Nunca se me ha olvidado. No es propio de mí [Dijo
vistiéndose rápidamente].
Se marchó tras darme un efímero beso y salí a desayunar
algo.
Al abrir la despensa para coger el azúcar, me quedé
completamente perplejo. Colocado en un rincón, se encontraba el dichoso reloj.
¿Cómo había acabado allí?
Cuando fui a coger un vaso, descubrí que no había ninguno.
No en el armario ni en el lavavajillas.
Al volver al comedor, vi, atónito, que todos los vasos
estaban colocados en la mesa.
Los cogí y los puse en su sito, pero, para mi sorpresa, al
cerrar la puerta del armario y volver al comedor, estaban de nuevo sobre la
mesa.
Me encontraba en uno de esos momento en los que no sabes si
salir corriendo, gritar o, simplemente, ignorarlo todo.
Ese día recuerdo que fue muy frustrante. No paraba de encontrarme
objetos fuera de su sitio mientras el frió y la sensación de ser observado no
desaparecían.
Cuando María llegó, se quedó atónita.
- Pedro ¿Qué hacen todos estos vasos aquí?
- Ni idea. Por mucho que los guardo siempre vuelven a
aparecer fuera de su sitio.
- Cuando accedí a salir contigo, sabía que me tocaría
acostumbrarme a las cosas paranormales, pero esto se lleva la palma. Pensaba
que estas cosas ocurrirían fuera, no en nuestra casa. [Dijo en tono gracioso
intentando animarme].
María se percató de que mi gesto era muy serio y de que algo
no iba bien.
- ¿Qué ocurre, Pedro?
- María. Sea lo que sea, no es bueno, lo presiento. Creo que
quiere hacernos daño.
Esa noche apenas pudimos dormir y, cuando por fin lo
conseguimos, me despertó una extraña voz.
- Pedro… Pedro… [Susurraba la voz].
Me desperté sobre saltado, haciendo que Maria también se
incorporara.
- ¿Estás bien, Pedro?
- No lo se, María. Tengo la sensación de que, cuantos más
días pasan, más cosas ocurren y más fuertes.
Esa mañana, la pasé escuchando claramente cómo susurraban mi
nombre en cada rincón de la casa.
Cuando María llegó, salí rápidamente, la agarré del brazo y
nos fuimos fuera.
- Maria, no aguanto más, aquí está pasando algo. No paro de
oír voces extrañas.
Pasamos todo el día fuera hasta que María insistió en que
volviéramos, diciéndome que tal vez habría una solución.
Esa noche fue peor que las anteriores. La extraña voz no nos
dejó pegar ojo.
Al día siguiente, estuve constantemente viendo sombras por toda la casa,
como si alguien corriera de un lado para otro, por lo que decidí pasarlo fuera
con María de nuevo.
Al regresar, sin mirar si quiera a nuestro alrededor, nos
fuimos directos a la cama.
María pegó un chillido que me hizo saltar de la cama al
instante.
Ahí estaba, parado, inmóvil, una figura alta, con sombrero
anchó tapando su cara, completamente oscuro y siniestro.
- María… No puede ser real. Enciende la luz, muy despacio y
sin decir nada.
Al encender la luz, la figura se quedó ahí, como si estuviera
esperando a que uno de los dos le dijera algo.
Recuerdo ese dichoso día.
Lunes13 de Noviembre de 2017.
Por suerte fue el último de estos sucesos, pero también el
más preocupante y agobiante.
El frío intenso, el ambiente cargado, su mirada clavada en
nosotros y nuestros corazones completamente acelerados.
Corrimos lo más rápido que pudimos hasta la puerta de
entrada, pero él lo impedía.
No decía nada, no se movía, tan solo respiraba. Era una
respiración entre cortada y siniestra.
La campana de la iglesia que teníamos cerca comenzó a sonar,
marcando las doce de la noche.
En ese momento, la figura, soltó un ruidoso alarido y poco a
poco se fue difuminando hasta desaparecer del todo.
En ese momento, mi móvil comenzó a sonar. En la pantalla
aparecía el nombre de mi amigo Jacinto Hernández.
- Pedro, he estado informándome sobre lo que te ha estado
ocurriendo y ya he dado con la causa. Puede que te parezca raro, pero se trata
de un demonio. Poco a poco va torturando a sus victimas mentalmente, para
alimentarse de su miedo y finalmente, cuando ya se siente más poderoso se
presenta cara a cara, esperando a que hables. Nunca, nunca se te ocurra decirle
nada, o no se marchará jamás…
Algunas noches, cuando suena la campana de la iglesia
cercana, siento que sigue ahí, firme, con sus ojos puestos en mi, esperando,
esperando mi respuesta…
Muchísimas gracias. Espero volver pronto con nuevas historias.
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